miércoles, 28 de abril de 2010

Showbredosis




Hace unas semanas, debatimos en Sospechosos Habituales sobre el nuevo programa de Cuatro, Soy Adicto. Aun sin ver nada del nuevo espacio, puesto que estaba pendiente su estreno, supuse que la mejor manera de tratar una adicción nunca puede ser cara al público y mucho menos convirtiéndolo en un show.



Tras mi intervención, subida a youtube, me llegaron varios mensajes pidiéndome que rectificara esas frases de “la droga no es sólo el enfoque que le da la televisión” porque estaba dando una visión demasiado “permisiva” y “equivocada” del asunto, me decía uno de ellos.

Después de ver parte de las tres ediciones de Soy Adicto no puedo más que ratificarme en todo lo expuesto. Y diré más: La droga sólo es la excusa del programa de Cuatro para mostrarnos a personas con historias de vida marginales, sobredosis de incultura y una abrumadora falta de afecto. Y no sólo las seleccionan de un cuidado casting psicológico donde ganan los más endebles, sino que además los convierten en aptas marionetas para un reality de lo más perverso.

Los pacientes (participantes) son objetivos de esa televisión que se alimenta de las mentes más débiles para crear conflictos guionizados y moldear sus personalidades al gusto de lo que espera la audiencia. La misma treta televisiva con la que convencían a los “inteligentes” que participaban en programas tipo El Diario de Patricia, por ejemplo, para crear un show a costa de sus miserias.

Ahora que vertele.com rescata la historia de Gemma Moya conviene analizar el brutal fracaso manifiesto con el que tanto la cárcel como los programas coach se topan al dar con una “anti-heroína” como ella.

“Resocialización y reeducación”, objetivo constitucional de las prisiones en España, difícilmente entendible cuando precisamente a los internos se les separa de la sociedad durante el tiempo de la condena, y tampoco se les reeduca en su ambiente (interviniendo desde las circunstancias en las que delinquieron y a las que han de regresar) sino desde dentro de los barrotes, cuyo único reto para sobrevivir está en aguantar la espera.

Desde Soy Adicto se plantean: “Lejos de su entorno habitual, tendrán la oportunidad de reflexionar sobre lo que han sido sus vidas y la repercusión que el consumo de estas sustancias ha tenido en sus familias”.

Parece que ambos métodos son infalibles, la prisión y la tele, para recuperar a los “perdidos”. Sin embargo, aparecen personas como Gemma que son expulsada de ambos ambientes: del Coro se le echó “por la comisión de una falta grave” y de “Soy Adicto” por ir contra la norma de introducir droga (metadona que se guardó en un botellín de agua durante su breve estancia hospitalaria).

Desde el coach de Cuatro juegan a lanzar gritos a la montaña o a escribir cartas de reconciliación con su niñez, baratos trucos psicológicos de parvulario. Pinchan en hueso a la hora de coartar la libre decisión, autodestructiva o no, que toda persona interna tiene derecho a tener. Lo único malo que hizo Gemma fue aceptar el reto de la libertad rompiendo los barrotes de la opresión.

(Interrumpo aquí este post que, debido a su extensión, continuará mañana).

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