
Axiomas que logran instalarse en el «sentido común» colectivo para justificar la crisis:
«El mercado funciona».
«Lo público es ineficaz».
«Bajar los impuestos genera bienestar».
«La globalización imposibilita el control del capital financiero».
«Los bancos privados solo responden a su interés particular, tienen comportamientos parasitarios y ponen en peligro a toda la sociedad, pero los necesitamos».

Sobreviene una crisis como si fuese un huracán.
Los mercados nos golpean como lo haría un tsunami.
La prima de riesgo sube o baja de forma tan autónoma como lo hacen las mareas.
No hay, por tanto, regulaciones aprobadas por partidos políticos concretos que permitieron un boom inmobiliario y una expansión crediticia desenfrenada, ni inversores privados también concretos apostando contra la deuda pública de un país y obteniendo beneficios con la operación.
El último ingrediente es lo que podríamos llamar las realidades económicas invisibles, aquellas esenciales para entender el curso de los procesos económicos pero de las que nunca tenemos noticias. Cuando un ataque especulativo «sacude» los mercados españoles, ¿por qué no nos informan, con nombre y apellidos, de los bancos (normalmente pocos, en buena medida españoles) que lo han protagonizado?

¿No sería interesante que nos informaran sobre el origen de esa deuda? ¿Qué tanto por ciento responde a los fondos transferidos —de una u otra forma— a bancos y grandes empresas? ¿Y cuánto se debe a la supresión del Impuesto sobre Patrimonio? ¿Y a la baja del tipo de gravamen del Impuesto de Sociedades?
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