El corto GRP, que reúne a diversos actores del panorama televisivo, imagina un mundo audiovisual interactivo en el que los productores conocen la identidad de los poseedores del temido audímetro.
El deseado aparato acaba convirtiendo a su usuario en esclavo de la caja tonta (efecto bien ilustrado en el cortometraje con ese juego de cajas humanizadas) y a los programas en meros receptores de estímulos dactilares.
La visión de los creadores del corto GRP, entre ellos el director del programa radiofónicotelevisivo Sospechosos Habituales, Héctor Alabadí, puede parecer futurista y fantasiosa, pero es sin duda visionaria.
Ya existen compañías, off oficiales, que se encargan de investigar e incentivar a los desdichados audimetrogares. La mayoría de estas familias son gente de clase media, baja, o muy baja que se dejan comprar por cafeteras, trituradores, relojes de cocina, y todo tipo de electrodomésticos del todo a 20 euros.
Ahora que las audiencias no son lo que eran y que el tiempo en las mediciones se aproxima al valor instantáneo, que no al real, la televisión tomará con más fuerza el rumbo de lo chabacano, cochambroso y pueril, ayudado por esa política económica del low cost (bajo coste) por low share (baja audiencia).
Las audiencias, aunque se vendan como representativas, no son democráticas y sí despiadadamente infieles.
Nadie les mide el mirar, sino el ver. Nadie les pregunta por el porqué, sino que se analiza cuánto y en qué momento. Nadie toma apuntes del cómo se ve la televisión, porque de hacerlo, más de uno dejaría de llevarse un subidón al ver sus buenos datos de audiencia a la mañana siguiente.
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