lunes, 4 de septiembre de 2017

‘Snowden’: el espía que me dejó frío


El pobre Oliver Stone se ha convertido en un cliché en sí mismo: es la mosca cojonera de Hollywood, el obcecado retratista de las páginas más oscuras de su país. Ha tratado el horror del Vietnam, los tejemanejes de Wall Street, el asesinato de JFK, la paranoia y el complejo de inferioridad de Nixon, la podredumbre del fútbol americano, el 11S, la nefasta administración Bush… Hasta se ha empecinado en contarlo todo en una serie de 10 episodios: La historia no contada de los Estados Unidos. Estupenda serie, por cierto.


Para el guión de Snowden, Stone ha adaptado los libros The Snowden files, de Luke Harding, y Time of the Octopus, escrito por Anatoly Kucherena, el abogado ruso de Edward Snowden.
La película trata, con una estructura de flashbacks, la confesión del espía informático arrepentido y la histórica exclusiva de The Guardian, que publicó los documentos clasificados robados por Snowden sobre el programa de vigilancia mundial de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional). Lo que cuenta la película es aterrador, de una gravedad angustiante. Lo que falla es cómo lo cuenta.

La película tiene un buen arranque, una buena primera media hora. Oliver Stone y Kieran Fitzgerald (coguionista) saben manejar bien el suspense inicial: la cita en la habitación de un hotel de Hong Kong, la paranoia porque los servicios secretos puedan localizar al traidor… todo funciona. Igual que funcionan los saltos en el tiempo, como la primera entrevista del joven cerebrín en la que el actor Rhys Ifans (como Corbin O´Brian) está fabuloso. También el uso de objetos, como el cubo de Rubik, es brillante y el montaje y la dirección están bien hermanados. Como espectador te acomodas en la butaca y tienes la sensación de que te van a contar algo fascinante, como ya hizo Stone en JFK, pero nada de eso acaba sucediendo.

La primera gran tara del guión de Snowden es la trama amorosa, la relación que tiene el informático con su novia Lindsay. La pareja es aburridísima, no interesa a nadie, su amor es relamido, su sexo pacato, su relación epidérmica. Y puedes entender que en la escritura del guión el conflicto que tiene Snowden con su pareja debe ser relevante, pero no tanto. No en una película que acaba durando dos horas y cuarto y que se hace eterna. Por cierto: de la familia de Snowden no sabemos absolutamente nada, algo que cuesta entender. Es una valiosísima información del personaje que se elude y no sabes por qué razón. Tampoco aparece Julian Assange, personaje clave (y con el que Stone se reunió) en la salida de Snowden de Hong Kong.

A parir de esa media hora brillante, el film se desmorona. Su guión ahonda de forma torpe en el gran dilema moral del héroe (un tipo que mandó al carajo un sueldo de 200.000 dólares anuales) y la realización entra en el terreno del telefilme o del biopic al uso. Se ve poco cine en Snowden, poca imaginación visual, nula construcción de personajes.

Y es una pena porque la producción es buena: Joseph Gordon-Levitt hace un trabajo digno y el reparto cuenta con grandes secundarios como Melissa Leo, Zachary Quinto, Nicolas Cage o Tom Wilkinson. Y al final, en un giro ridículo y de un egocentrismo patético, casi mesiánico, sale hasta el propio Snowden interpretándose a sí mismo.

Puede que el gran muro al que se enfrentaron Stone y Fitzgerald al escribir Snowden fuese intentar hacer entretenida la historia de un informático, que es lo que es Snowden. Desgraciadamente, el chico no es Jason Bourne ni James Bond y eso hace que el bostezo llegue antes de lo esperado a esta película de espías. En el fondo, Snowden sólo es un hacker, que es como lo definió, tan ridícula como despreciativamente, Barack Obama, ese presidente negro y progresista que resultó ser tan reaccionario y oscuro como Bush. Letal para la libertad de prensa en particular y funesto para la libertad en general. Y no sólo en su país, sino en todo el planeta.

Como bien ha recodado el propio Oliver Stone, Obama duplicó el estado de vigilancia y “se creía la misma vieja historia de que estamos bajo ataque todos los días y todo el día”. Y dijo más: “¿En cuántas guerras está metida América de manera informal y sin consentimiento? ¿Cuántos países musulmanes ha bombardeado Obama? ¿Cuántos ataques con drones hemos realizado y a cuántas personas han matado?”

Sólo hay algo que me parece digno de elogio de una película tan mediocre como Snowden: que los americanos son capaces de reflejar rápidamente su historia más reciente en la pantalla. El caso Snowden es de 2013 y ya tienen un documental ganador del Oscar y cuatro largometrajes de ficción sobre él. Nosotros hemos tardado 20 años en rodar algo sobre Roldán. No sé si me explico.
Snowden ha sido un fracaso. Su estreno ha sido el peor de toda la carrera de Oliver Stone. Eso sí: si les apetece, lean lo que contamos en cuartopoder.es sobre el citado documental sobre Snowden (Citizenfour). En esa crítica escribí: “Aquí hay un peliculón como la copa de un pino. De los grandes. Cuando veía Citizenfour no paraba de pensar en el director, David Fincher y en el guionista, Aaron Sorkin, los responsables de la magnífica La red social”. Desgraciadamente, Snowden es una película de Oliver Stone.

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