El cine ha muerto. El cine tal y como lo conocíamos hasta
ahora. Este lunes pudimos ver en TVE un “Report” sobre el final de las salas de
cine. El equipo del programa se disgregó por las calles de Madrid para
entrevistarse con exhibidores que ahora han tenido que cerrar sus salas. No hay
negocio: el encarecimiento de la entrada, la falta de oferta atractiva y el
crecimiento de otras alternativas para ver el cine fuera de las salas, han
llevado al cine tal y como lo conocíamos hasta ahora a perecer.
El Report mostraba con nostalgia cómo era la antigua Gran
Vía de Madrid, con los cines Callao rodeados de grandes carteles de películas.
Ahora el negocio se mueve por otros lares y los carteles de Callao son
pantallas gigantes que proyectan publicidad de anuncios de coches.
El Report acababa con un joven frikie de Getafe que nos
enseñaba su casa y cómo se ha montado el chiringuito para ver cine desde su
salón. Con un Home Cinema y un montón de blu-rays y DVDS que le hacen despreciar
las antiguas entradas a las salas.
Le faltó al reportaje de TVE entrar en el fondo del asunto,
en el contenido. La gente no va a ver grandes películas porque ya no se hacen
grandes películas. Las espectadores han pasado a las salas digitales de los
centros comerciales con sillones enormes y reclinables a ver churros:
espectaculares, sí, pero churros. Productos aptos para ver desde casa con todo
el chiringuito pirotécnico montado.
La muerte del cine parte sin duda de la falta de creaciones
universales que enganchen con todo tipo de público, de obras maestras. No hay
sitio para las películas grandes porque ya no se hacen, ni tampoco hay grandes
espectadores, porque los que hay consumen desde el salón de su casa tanto la
última de James Bond como Gran hermano.
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