jueves, 12 de mayo de 2011

1280 almas



Iván Reguera.- Gran título para una novela. Uno de los más originales de la literatura norteamericana. Y su autor, Jim Thompson, uno de sus escritores más secos y a la vez divertidos. Thompson murió ignorado pero está a la altura de grandes como Chandler o Hammett. Su legado cinematográfico es admirable, con adaptaciones de sus obras tan brillantes como Atraco perfecto, La huída o Los timadores. Sin olvidar que fue dialoguista en Senderos de gloria. La última ha sido El asesino dentro de mí, más floja pero con un fabuloso Casey Affleck como prota. 

1.280 almas, que forma parte de la estupenda colección Serie Negra de RBA, es la historia de un vulgar sherif que se hace pasar por tonto para sobrevivir y salirse con la suya en un pueblo (y, por extensión, un país) muy corrupto. Y él, el sherif Nick, es el más corrupto de todos. 

De Nick entiendes su nihilismo, admiras su astucia y desprecias su crueldad. Nick es una bestia con cara y voz de paleto que aborrece a sus conciudadanos, a "todos los hijos de puta que se vuelven cuando cae una moneda al suelo; todos los cabrones que van con los huevos por delante, con un dedo en el culo y otro en la boca, creyendo que no les pasará nada; todos los chulosputas que piensan que la orina se les volverá limonada; todas las almas cándidas hechas, al parecer, a imagen y semejanza de Dios y a quienes lamentaría profundamente encontrarme en una noche oscura". Y ese dios tampoco se libra de su desprecio blasfemo: "Me estremecí y pensé en lo maravilloso que había sido nuestro Creador al hacer algo tan repugnante y nauseabundo, tanto que, cuando se comparaba con un asesinato, éste resultaba mucho mejor". 

El lenguaje de 1.280 almas es duro y en ella aparecen los temas de las novelas que hicieron grande a Thompson: violencia, sexo, mentira, ignorancia, misoginia, racismo y prostitución física y moral. Sobre todo moral. Thompson, además, es una grandísimo dialoguista y un creador de ambientes asombroso. 

1.280 almas se desliza por los territorios de la moral con la misma facilidad con la que su protagonista implica en sus crímenes a los que le rodean, algo que le encanta hacer a Thompson, que dibuja una línea entre el humor y el horror tan borrosa que sobrecoge. Por eso su novela es una de las grandes del género. 

Apaguen la tele y léanla.

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