lunes, 15 de febrero de 2010
¡Ya era Goya!
Espectacular, amena y muy cinematográfica (con giros de guión y sorpresas incluidas). Un elegante y “muy americano” Buenafuente presentó la mejor gala del cine patrio de la historia. 4.656.000 espectadores la hicieron también la más seguida. ¿Las razones?
Una gala que no dio vergüenza ajena, ágil, llevadera y, en momentos, brillante. Y otra razón más: sin publicidad, lo que hace que acabemos de verlos a una hora razonable y no a las dos de la mañana.
Todos los premios, sean de la academia que sean, son aburridos. Siendo sinceros: nos importa un pito quién es el ganador al mejor montaje, vestuario, corto o mejor documental del año, por eso una gala de menos de tres horas de duración es un acierto absoluto. Hace llevadero lo generalmente soporífero.
Todos los premios son la mejor plataforma para una industria. Y la del cine patrio la necesita, así lo reconoció su nuevo presi De la Iglesia. Los 4.656.000 espectadores del domingo se unen a la luna de miel que vive el cine español en las taquillas. Ahí están las cifras de Celda 211, Ágora o Planet 51 para demostrarlo.
Aunque me temo que esa luna de miel no durará. Nunca lo hace. Y volverá a cuestionarse con razón a nuestro cine: pobres historias, demasiadas subvenciones, cero empatía con el público, cero promoción… Las televisiones (sobre todo TVE y Tele 5) siguen siendo los cimientos de los peliculeros y, como bien dijo De la Iglesia, es hora de trabajar más y de quejarse menos.
Lo mejor: el arranque. Se notó que los guionistas se han visto más de una gala de los Oscar: El clip protagonizado por Buenafuente fue divertido y con una producción perfecta. También fue brillante la aparición final de Rosa María Sardá y Pedro Almodóvar.
Lo peor: el premio a Mercero. Este hombre no merecía un recordatorio final así. Merece que lo recordemos como ese donostiarra campechano, vital y cara dura, no como el ausente que miraba a su alrededor desconcertado. Ahí los Goya no acertaron.
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