Como excusa, dicen que "prefieren a un presentador que no se involucre", pero la manera de involucrarse de Jesús era con el periodismo de verdad, con dar voz a los que habitualmente no la tienen, con destapar los escándalos que otros decidían pasar por alto. Siempre viendo más allá de la noticia: las consecuencias, las causas, las desigualdades.
La manera de involucrarse era hacer periodismo de altura, aspirando, como él nos decía en su entrevista, "a no ser siervos". Gracias a Jesús conocimos que una monja se partía las costillas por los más desfavorecidos, conocimos que un chaval tenía cosas que decir que conectaban con la gente y que acabó convirtiéndose en Pablo Iglesias, conocimos tantas y tantas exclusivas y, sobre todo, vimos el dolor en primera persona de mucha gente a las que nadie le daba voz.
Vivimos con él programas redondos cargados de virtudes: un periodismo que decía verdades, incómodas, sí, pero verdad tras verdad descarnada en cada programa. Y Cintora nos presentaba cada corte con sencillez, humanidad y con una empatía que traspasaba la pantalla.
Además, Jesús manejaba como nadie los tiempos, con humor y con rigurosa ironía, templaba los ánimos en plató, era justo con las intervenciones de los tertulianos y no dejaba pasar una mentira. Hablaba tan claro que no permitía que nadie confundiese ni "a su abuela".
Hizo uno de los mejores informativos de todos los tiempos. Llevó el programa a lo más alto en audiencia. Significativamente, el día de la aprobación de la Ley mordaza, él recibe su despido, cuando lo que merecería es un Ondas. Nadie como él defendía la verdad y peleaba hasta el final para que el espectador la conociera de manera clara y sincera. Inolvidables todas Las Mañanas... con Jesús Cintora. ¡Mucho ánimo, Jesús! Te electroesperamos a la próxima.
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