lunes, 6 de julio de 2009

Un viajante en El Español




Como lo de Micky Molina el sábado en La Noria fue Puro Teatro, de esos de entrada millonaria, me dio por irme a ver una función de verdad y olvidar la desgracia humana del comercializar con la vida privada.

Les cuento:

Toda buena historia que se precie narra un viaje. La de Arthur Miller cuenta uno, el del viajante, que es también el del espectador. Ambos caminan, en esas cortas 3 horas de vida en escena, hacia el devenir, hacia un futuro incierto, aunque quizás también preescrito.

Y cuenta más viajes... rumbo hacia el fuero interno de cada personaje con paradas en sus deseos, mentiras, pasiones, debilidades, miedos, pecados...

La obra critica el sueño americano, el sistema de valores, la cárcel del sistema, la cosificación del hombre moderno, y además cuestiona, entre otras muchos aspectos, el cómo afrontar los problemas para ser feliz.


UN TEXTO CON MUCHA VIDA

Aunque Muerte de un viajante, de Arthur Miller, es una obra maestra intemporal y universal, cobra una fuerza y un significado mayor en tiempos de crisis. Y no me refiero sólo a una crisis económica, sino a una crisis moral, esa que hace que muchos engañados que se creían de clase media pasen a la baja sin explicación, cuando muchos descubren la engañifa del sistema que te lo ofrecía todo pero que acaba tratándote como a una monda de naranja.

“He trabajado treinta y seis años para esta empresa, ¡y ahora no puedo pagar mi seguro! No puedes comerte la naranja y tirar la piel. ¡Un hombre no es una fruta!”, dice el viajante Willy Loman a su jefe.

Muerte de un viajante, estrenada en Broadway en 1949, fue la primera pieza teatral que cuestionó brutalmente el sueño americano, el país de las oportunidades. Estamos ante una obra muy actual sobre la locura, el autoengaño, la mentira, la degradación social, la chifladura del individualismo yanqui. Del individualismo mundial.

El trabajo de Miller al dibujar a su viajante Willy Loman sigue resultando prodigioso representación tras representación. Aun siendo un hombre mezquino, orgulloso, machista, patético y hasta repulsivo, el espectador lo aprecia también como una víctima del desquiciado American Dream, el del “hay que tener agallas, muchacho”, personalizado en la figura fantasmagórica del hermano Ben.

Dijo Miller de su personaje que “ha disputado una batalla que no podía haber ganado de ninguna de las maneras. Es incapaz de lidiar con una fuerza muy superior”. ¿Cuántos Willy Loman hay entre nosotros? ¿A cuántos hemos conocido, entendido, soportado o sufrido? ¿Lo hemos sido nosotros mismos? Seguramente.

Miller logró con esta obra inmensa un texto con una complejidad increíble sobre elementos sencillos, corrientes, cercanos y reconocibles para todo el que no tenga horchata en las venas. Estructurada con saltos en el tiempo y ensoñaciones del trastornado Loman, Muerte de un viajante consigue el milagro de mantener al espectador inmerso en el declive de una familia con falaces expectativas hasta su arrolladora catarsis final.

Puesta en escena (Teatro Español. Madrid. 2009)

Mario Gas, director de la versión que el Teatro Español ahora representa en Madrid, también tiene mucho que ver con este milagro. Y Eduardo Mendoza, su traductor de lujo.

Y es que todo es de lujo en este nuevo y a la vez eterno clásico que ahora podemos volver a disfrutar. Gas ha conseguido una puesta en escena deslumbrante (con un juego de pantallas que proyectan fotografías de la época, a veces distorsionadas) y un elenco muy bien elegido, sobre todo en lo que atañe al protagonista (convincente Jordi Buixaderas como Willy Loman), a Biff (deslumbrante Pablo Derqui) y a Rosa Renom (como Linda Loman).

Ella, magnífica, cierra la obra (tres horas y diez minutos que se pasan en un suspiro) con un monólogo (“Ya no tenemos deudas, querido. Estamos liberados”) que pone los pelos de punta.

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