Hay cosas que desentonan en un programa de televisión y más en uno de cantantes. Ante el inminente estreno de El Número Uno nos llega una noticia que chirria bastante. Por un lado, un miembro del jurado de esta edición es una cantante que ha participado en el Festival de Eurovisión: Pastora Soler.
Por otro lado, por el de los concursantes, se presenta otro que también estuvo en el Festival de Eurovisión, tan solo unos años antes que la Soler: Javier Soleil. Fue uno de los cuatro miembros de D'Nash, grupo que compitió en nombre de España en Eurovisión 2007. ¿Habiendo participado ambos en el concurso, no deberían de merecer los dos personajes el mismo trato?
Parece ser que no. Y a uno lo veremos valorando y al otro "intentándolo". Es la suerte, es la fama, es la carrera que te hayas hecho, es la productora que haya apostado por ti, es el triunfo. Así descubrimos (ya lo sabíamos en verdad) que Eurovisión puede ser sinónimo de reconocimiento absoluto o de ruina, de volver a empezar desde cero.
No es la primera vez que sucede. Precisamente en la edición en la que Soleil arrasó en las preselecciones se presentó al concurso Amaya Saizar, quien ya estuviera en Eurovisión en los ochenta y consiguiera el tercer puesto con el grupo Bravo y su tema Lady Lady. Saizar no ganó, ni siquiera pasó a la final que ganó D'Nash.
Hay determinados personajes que no deberían competir por ser uno más empezando desde cero, deberían de tener un reconocimiento extra por parte de los "seleccionadores" de programas de talentos. Ya fueron talentos, ya lo demostraron. Dejémosles en un puesto mejor antes de relegarlos al último puesto.
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