Por: Iván Reguera.
En la muerte de Liz Taylor hemos tenido que soportar los insufribles topicazos de los redactoruchos ignorantes de turno. Paridas como “Se va la última gran estrella”, “Adiós a la gata”, “Se nos fue la actriz de ojos violeta” y toda esa basura. Lo dicen en La gata: “La mentira y la farsa son formas corrientes en nuestra vida”.
Liz fue una buena actriz, pero sobre todo una estrella, un invento industrial que ya no existe en el Hollywood actual. Nobleza, vamos. Eso se acabó. No fue tan buena como la Hepburn o como la Garbo, pero fue mucho más icónica que otras grandes actrices. He leído estupideces como que “fue buena madre” (al perecer Maruja Torres lo sabía de primera mano) y otras mil sandeces sobre su vida privada que era precisamente eso: privada y desconocida. Si le gustaba el mambo con Richard Burton o los lingotazos de escocés fue sólo tema suyo.
Personalmente, tengo mis interesantes anécdotas prestadas. Carlos Pumares la conoció en los noventa cuando ensayaba su actuación en los Oscar junto a Paul Newman. Cuando se los encontró los vio cercanos, normales y sobre todo profesionales. Le gustó ver, de forma tan natural y humana, a Maggie la gata y a Brick Pollitt repasando su guión de la gala. En esa época Liz estaba liada con un albañil y Pumares vio que el menda le había dado “una buena capa” porque “estaba estupenda”.
¿Y cuándo no lo estuvo? Liz fue una gran actriz y posiblemente era tan preciosa que muchos no pudieron ver su calidad. Repasando su filmografía, me llama la atención que la homosexualidad estuviese siempre tan presente en la carrera de una mujer heterosexual con colección de ex parejas y difuntos incluida. En La Gata amaba a Brick, enamorado de un chico muerto. En Reflejos en un ojo dorado su marido, un inmenso Marlon Brando, también era un tapado. Y encima militar. También fue amiga íntima de famosos actores gays como James Dean, Rock Hudson o Montgomery Clift (con el que trabajó tres veces). Y todo ello sin olvidar su amistad con Michael Jackson y su incalculable obra en la lucha contra el SIDA.
Personalmente, tengo mis interesantes anécdotas prestadas. Carlos Pumares la conoció en los noventa cuando ensayaba su actuación en los Oscar junto a Paul Newman. Cuando se los encontró los vio cercanos, normales y sobre todo profesionales. Le gustó ver, de forma tan natural y humana, a Maggie la gata y a Brick Pollitt repasando su guión de la gala. En esa época Liz estaba liada con un albañil y Pumares vio que el menda le había dado “una buena capa” porque “estaba estupenda”.
¿Y cuándo no lo estuvo? Liz fue una gran actriz y posiblemente era tan preciosa que muchos no pudieron ver su calidad. Repasando su filmografía, me llama la atención que la homosexualidad estuviese siempre tan presente en la carrera de una mujer heterosexual con colección de ex parejas y difuntos incluida. En La Gata amaba a Brick, enamorado de un chico muerto. En Reflejos en un ojo dorado su marido, un inmenso Marlon Brando, también era un tapado. Y encima militar. También fue amiga íntima de famosos actores gays como James Dean, Rock Hudson o Montgomery Clift (con el que trabajó tres veces). Y todo ello sin olvidar su amistad con Michael Jackson y su incalculable obra en la lucha contra el SIDA.
No sólo se nos ha ido una gran estrella de las que ya no hay. Se no ha ido, sobre todo, toda UNA SEÑORA. Y SEÑORAS, queridos amigos, quedan muy poquitas.
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