¿Se han dado cuenta de la cantidad de veces que los bien pagados tertulianos televisivos, los mejor pagados predicadores radiofónicos o los columnistas estrella hablan de lo que reclama “la opinión pública”? También usan la palabreja los políticos cuando dicen, quedándose tan anchos, que algo que acaban de decretar, derogar o aplicar lo reclamaba “la opinión pública” o "la calle".
En realidad, desde hace décadas ya no “hay” opinión pública, sino que "se hace". Antes se hablaba de la sabiduría de la calle, la voz del pueblo. La calle ya no existe como territorio de sabiduría y hasta de presión para el poder. Ahora existe el centro comercial y las comunidades en red.
Las manifestaciones, antaño ejemplo máximo de expresión popular junto a las urnas, ya no son espontáneas, están mediatizadas, grabadas por las teles, resumidas en los informativos. La calle esta disfrazada, ornamentada, filtrada en los diferentes horarios de audiencia. La tele es falsa y uno de sus trabajos sucios es falsear la calle.
La voz de la calle se ha quedado en ese “vamos a ver lo que opina la calle de esto” que se ve en los programas debate. Gente pillada de improvisto para que diga cuatro cosas precipitadamente o directamente majaderías. Ya se sabe, televisión.
La voz de la calle no existe salvo en el caso de cuatro ilusionados que quedan todavía organizándose por una vivienda digna, por ejemplo. La opinión pública es, en realidad, la opinión de los grupos de presión o del cuarto poder, que sirve de acicate o de correveidile del primero.
En medio se perdió la gente, el pueblo, la verdadera opinión pública, la de la calle. Y eso, señores, es mucho perder.
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